A la vista [en el Postromanticismo] de que el género religioso estaba en decadencia y que la pintura de gloriosos hechos históricos era de difícil ejecución por todo lo que exigía para ejecutarla, recordaba [Valladar] a los artistas que les estaban esperando las tradiciones, leyendas y costumbres españolas, y los trabajos literarios de Bécquer, Campoamor, Galdós, Alarcón y Valera donde podían encontrar inspiración (…) ya que, citando a Helmholtz (…) “el artista no puede copiar la naturaleza, debe traducirla”.
Estas ideas están enmarcadas dentro del resurgimiento de temas inspirados en la literatura romántica que se produce a partir del último tercio de siglo (…) En este contexto hay que situar a Manuel Ruiz Sánchez-Morales que pintó en Roma [como pensionado por la Diputación de Granada] el lienzo Margarita la Tornera (1884) basada en una leyenda recogida por Zorrilla. En ella se revive un antiguo milagro mariano: la Virgen sustituye en sus deberes a una monja seducida, que abandona el convento, hasta que arrepentida decide regresar. Ruiz Morales imaginó el prodigio de noche sobresaliendo en la oscuridad los ropajes de Margarita así como la figura de la hermana tornera a la que rodea un halo de luz símbolo de su condición de ser celestial. Esta obra pudo verse también en la Nacional de 1884.
MARIA DOLORES SANTOS MORENO: Pintura del siglo XIX en Granada: Arte y Sociedad, Universidad de Granada, 1997, págs. 437-438 (Tesis Doctoral Inédita)
Una de las leyendas más conocidas de Zorilla, Margarita la Tornera (Tradición), recoge la historia de la fuga de una religiosa del convento y su reemplazo por parte de la Virgen: por la ciudad de Palencia se paseaba Don Juan de Alarcón, alardeando de su fortuna con las mujeres. Para culminar sus hazañas amorosas buscará el reto más difícil, seducir a una monja, la hermosa Margarita, tornera del convento. Don Juan consigue conquistar a la novicia que, tras dudar entre sus deberes religiosos y el amor humano, decide huir a Madrid con el seductor, no sin antes encomendarse a la Virgen. Don Juan, entregado en el viaje a sus placeres, se olvida de Margarita, que lamenta tantas promesas incumplidas. Finalmente la tornera, tras un año de ausencia, se dirige al claustro del convento, como atraída por una misteriosa fuerza, y al llegar al altar mayor ve milagrosamente su propia efigie rodeada de una blanquísima luz lunar. La aparición se transforma en la imagen de la Virgen. Margarita comprende al fin el milagro y se postra extasiada con los brazos abiertos mientras la Virgen se eleva hacia el cielo en medio de una deslumbrante transfiguración y de voces angelicales que llenan el templo.
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