A mediados de siglo la prosperidad alcanzada por la clase media proporcionó la base socioeconómica necesaria para que se extendiera el gusto por los cuadros de tamaño pequeño con representaciones anecdóticas de la vida cotidiana (…) Frente a los grandes cuadros de historia que no responden más que a exigencias oficiales, porque sólo el Estado los puede comprar y dispone de edificios con tamaño suficiente para poder colocarlos, las clases acomodadas demandan con fines decorativos cuadritos – taubletins – de temática agradable y acabada factura (…)
Ya decía Cruzada Villaamil que el arte era el reflejo de la sociedad en que se desarrollaba y puesto que las clases más civilizadas, refiriéndose a la burguesía, no demandaban del artista grandes composiciones históricas, la pintura debía decantarse por la representación en tamaño pequeño de escenas de costumbres sociales antiguas y modernas “presentadas con sujeción a la crítica y con condiciones en la forma y en la esencia, de agrado y belleza” (…)
Así pues, en este último tercio del siglo proliferará la pintura de género, realista y de herencia fortunyana, de técnica preciosista y detallista (…)
La obra de Manuel Gómez-Moreno se inscribe entre un romanticismo tardío y un realismo tradicional, con una técnica de influencia nazarena que le viene tanto de su maestro Federico de Madrazo como de su estancia en Italia donde conocería el nazarenismo italiano, y también preciosista, fruto sin duda del paso de Fortuny por Granada (…) La lectura de la carta le valió una medalla en la Exposición granadina de 1876, donde siete personas en una casa de vecinos rodean a un joven que lee la carta de un soldado. Las expresiones de cada uno de ellos constituyen la esencia del cuadro. Todos visten ropas populares excepto el que está leyendo que viste traje de chaqueta, capa y chistera para diferenciarse de los demás. Queda claro que él no vive en la casa, pues tiene la capa en el respaldo de la silla y tampoco pertenece a la misma clase que el resto de los personajes. La caracterización también es buena desde la madre que mira al lector con la cara llena de lágrimas al escuchar las noticias del hijo que está en la guerra, al padre, un viejo zapatero que atiende con gesto triste, las tres muchachas de expresión abatida y como contrapunto los dos niños. Uno de ellos intenta consolar a la madre y el otro se distrae llamando la atención de un gatito con una varilla. Para la crítica era aleccionador como en un asunto con personajes y ambiente modesto el artista podía encontrar un “manantial de poesía y sentimiento”, y con poco artificio se podían expresar muy bien grandes ideales.
MARIA DOLORES SANTOS MORENO: Pintura del siglo XIX en Granada: Arte y Sociedad, Universidad de Granada, 1997, págs. 402-403 (Tesis Doctoral Inédita)
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