Hacer retroceder las fronteras de lo incognoscible es la tarea de este nuevo trabajo, cuya intención no es otra que la de hacer posible un desciframiento global del mundo, a partir de esos lugares privilegiados del arte, poema o cuadro. Pero para ello será necesaria la inversión de la mirada del pintor, tal como Hernández Pijuan sugiere. Ya no serán las formas las que organicen la composición; la pintura deberá retener de estas últimas tan sólo los elementos fuertes y decisivos, orientándolos mediante una especie de trama hacia la abstracción. Surge así esa especie de arquitectura plana y cromática en la que se convierte su pintura, mundo autónomo, medida y metáfora del mundo. Por un riguroso procedimiento todo se encamina a la superficie, que se transforma en espacio iluminado. Sobre él, surcándolo, esa oscilación del campo gráfico que, como en este Recorregut sobre paisatge blanc, sugiere la lejanía próxima e interrumpida de un lugar una y mil veces recorrido. Este difícil, por austero, equilibrio entre los elementos gráficos y la esencialidad plástica, hace que estos últimos trabajos muestren mejor que otros la tensión de una ausencia. Más que hablar de algo, de lo que se trata es de acercarnos al tiempo de las cosas, paisaje o casa, árbol o Alhambra. Es por esto por lo que la dramática austeridad del cuadro lo convierte en escenario esencial de la memoria. La experiencia halla en la memoria su momento de verdad, y todo queda supeditado a esta economía última.
FRANCISCO JARAUTA: “Pintura y conocimiento”, Hernández Pijuan. Obra 1993-1994, Madrid, Galería Soledad Lorenzo, 1994, pág. 8 (catálogo)
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