E.Q.- ¿Cómo fue la génesis de El agua oculta o el navegante interior?
G.P.V.- Mi idea inicial del cuadro, como antes te decía, estaba unida a la imagen del Palacio de Carlos V y su origen se remontaba, seguramente, a 1984, cuando pinté un cartón que se titula Cuarto dorado y en el que se ven, entre otras cosas, el propio Palacio de Carlos V y el Patio de los Arrayanes. Pero, aparte de la referencia a Granada, el tema que me interesaba contar y quería contar era cómo la realidad exterior penetra, a través de los sentidos, en tu mundo interior y cómo, a partir de ese material, vas fraguando el pensamiento. Dándole vueltas, llegué a la conclusión de que el mundo de nuestros pensamientos es bastante más denso y complejo que las percepciones que recibimos del exterior. Fue entonces cuando se me ocurrió la idea de la cabeza como contenedor de una especie de líquido amniótico, un líquido que no es sino una condensación del pensamiento, incluso de aquel pensamiento que ni dominas ni controlas: del subconsciente, de todo ese mundo freudiano, de todo ese mundo junquiano cuyos posos ni tú mismo conoces… Un líquido en el que está flotando tu modo de ser.
Paralelamente, la idea del Palacio de Carlos V dejó paso a la de una especie de laberinto de pasillos sumergidos, en el que tú navegabas ignorando lo que había detrás de cada esquina, tratando de guiarte por la luz procedente del exterior que iluminaba uno de aquellos ámbitos solamente, impulsando tu barca mediante la propiedad de la reflexión, mediante la reiteración del acto de reflexionar. Finalmente, ese laberinto se transformó en el aljibe que puede verse en el cuadro definitivo y en el que la naturaleza, la realidad exterior, hace tres apariciones distintas a través de la puerta, la ventana y las claraboyas, simbolizando tres maneras diferentes de cómo ese mundo exterior penetra en el mundo interior.
EDUARDO QUESADA DORADOR: “Entrevista”, Guillermo Pérez Villalta, Diputación de Granada, 1990 (catálogo)
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